La sociedad a 20 cms del suelo

La colina de Watership, de Richard Adams
Género: Novela
Público: Jóvenes
Calificación: 5/5



"-¿Estás enfadado, El-ahrairah? -le dijo el Señor Frith.
- No, mi señor -replicó El-ahrairah-. No estoy enfadado. Pero he aprendido que a las criaturas que uno ama no hay que compadecerlas sólo cuando sufren. Un conejo que no sabe cuándo una ofrenda le ha salvado es más pobre que una babosa, aunque él piense otra cosa.
- La sabiduría llega en la colina donde nadie puede comer, El-ahrairah, en la pendiente rocosa donde el conejo intenta excavar en vano".

Redonda fábula social que recorre, desde la peculiar perspectiva de una madriguera de conejos, todas las situaciones o inquietudes por las que puede pasar una generación.

Me ha evocado en distintas ocasiones, quizás por el parecido biológico, al espíritu aventurero, dinámico y atrevido que se pretende inculcar en "¿Quién se ha llevado mi queso?", aunque tiene mucha más profundidad y carga antropológica que éste último. Pero como el anterior, tiene la virtud de vacunar contra el conformismo.

Me parece especialmente significativo, desde este punto de vista, el paso por la madriguera de las trampas que refleja muy bien la situación por la que atraviesa buena parte de la juventud actual: toda la vida resuelta, el estómago lleno y los deseos sastisfechos, a cambio de no hacerse muchas preguntas. En ese episodio de la novela, los conejos de Prímula tienen prohibida la pregunta "¿dónde?" que les lleva inevitablemente a reflexionar sobre el sentido de lo que pasa a su alrededor; en nuestro caso, la pregunta prohibida podría ser "¿qué hay más allá de... la muerte, la superficialidad, el capricho, el deseo...?".

"Así, vivían como él (el hombre) quería que vivieran y siempre había algunos que desaparecían. Los conejos se volvieron extraños, diferentes de otros conejos. Sabían muy bien lo que sucedía, pero incluso entre ellos simulaban que todo iba bien, porque la comida era buena, estaban protegidos y no tenían nada que temer salvo una cosa, y esa cosa sólo atacaba de vez en cuando, y nunca a demasiados a la vez a fin de no ahuyentarlos. Olvidaron las costumbres de los conejs salvajes. Olvidaron a El-Ahrairah porque, ¿de qué les servían los trucos y la astucia viviendo en la madriguera del enemigo y paganado el precio que éste les pedía?"

Quinto encarna muy bien la figura y misión del filósofo, aunque aparezca más bien, a efectos narrativos, caracterizado como profeta (porque eso es de alguna manera el filósofo: quien reflexiona sobre la realidad y, por tanto, tiene capacidad de predecir el futuro). Como zahorí en el desierto, descubre y alerta de los peligros encubiertos de nuestro modo despreocupado de vivir. En una de las escenas finales queda bien recogido el personaje:
"Quinto, desde un hormiguero en el que se había sentado para ver mejor los alrededores, divisó un conejo que se acercaba por el este".
Cuando los demás dan por perdido a su jefe, él -que observa desde un montículo, a modo de atalaya- otea el horizonte y será quien descubra a Avellano que regresa sano y salvo.

El libro, aparte de las reflexiones anteriores, está exquisitamente medido: tiene dosis de acción, de misterio e intriga, un punto de sentimentalismo cuando es preciso, cuentos dentro de la propia historia, manteniendo la tensión narrativa; espacio para la trascendencia e, incluso, espacio para alguna dosis de humor.

Una lectura de las que no defraudan y de las que enriquecen.

"Desde que dejaran la madriguera de las trampas se habían vuelto más cautos, más astutos y tenaces, se comprendían mejor y colaboraban los unos con los otros. Ya no se peleaban. La verdad sobre la madriguera había sido un duro golpe. Congeniaban más y confiaban y valoraban más sus mutuas capacidades. Ahora sabían que sus vidas dependían de éstas y de nada más, y no estaban dispuestos a desaprovechar lo que poseían entre todos".

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